Cuando el poder se descompone: el pueblo organizado sí puede vencer

Por: Avanza-Nicaragua

Ninguna dictadura es eterna. Algunas caen abruptamente, otras se desgastan hasta que se quiebran por dentro. En Nicaragua, la dictadura sandinista no enfrenta una implosión repentina, como han querido hacer creer algunos sectores, sino un proceso más complejo y corrosivo: una descomposición interna lenta pero imparable, que ya muestra síntomas en todos sus niveles.

Lejos de la idea romántica de un colapso súbito, lo que estamos viendo es una pérdida sostenida de funcionalidad, cohesión y disciplina dentro del mismo aparato del Frente Sandinista. Ya no es solo la desconfianza entre mandos medios, ni el miedo a la purga, sino la evidencia de un sistema que pierde sentido para quienes antes lo obedecían ciegamente.

Mientras algunos sectores de la disidencia sandinista alimentaron la narrativa de una “implosión inminente”, esa visión se ha mostrado deficiente y peligrosa, resaltando el error más grave dar a conocer esta situación como una supuesta estrategia desde ciertos sectores opositores de la disidencia sandinista. La implosión según el politólogo Steven Levitsky, coautor de How Democracies Die es “un proceso acelerado, donde la elite dominante se divide abruptamente y colapsa la arquitectura institucional del régimen en cuestión de semanas o meses”. Ese no es el caso de Nicaragua.

Lo que enfrentamos se parece más a lo que describía el sociólogo Juan Linz, cuando hablaba de regímenes autoritarios que “no colapsan de inmediato, pero se vacían progresivamente por dentro, perdiendo funcionalidad y credibilidad entre sus élites”. La dictadura sandinista conserva instrumentos de represión, pero ha perdido capacidad de cohesión y estrategia.

A esto se suma lo señalado por Václav Havel, quien advertía que “los sistemas autoritarios implosionan cuando ya ni sus propios operadores creen en las mentiras estructurales que los sostienen”. Pero en Nicaragua no hemos llegado ahí.

Lo que se observa es una resistencia prolongada al colapso, una dictadura que se sostiene por miedo, vigilancia y culto a la figura de Daniel Ortega y Rosario Murillo, pero que cada vez tiene menos dirección y más anticuerpos dentro de su propia base, y dos ópticas del sandinismo que van entrar en disputa por el poder, el histórico liderado en gran parte por Daniel Ortega y los jóvenes corruptos y adoctrinados leales a Rosario Murillo. Ortega siendo cómplice de la traición de hacia sus cercanos por apoyar la sucesión dinástica de su hijo Laureano Ortega.

En este contexto, la oportunidad no está en esperar un colapso milagroso, sino en organizarse para construir una alternativa ética, liberal y democrática, desde la ciudadanía para disputar el poder. El cambio no será regalo de la cúpula, ni resultado automático de su desgaste. Será una conquista del pueblo, de quienes aún creen en la libertad y están dispuestos a defenderla, incluso mientras el poder se descompone.

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